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Sora - Capítulo Primero - posted at
16:15 ![]() {*.Sora.*} ;___Capítulo Primero … } Sabía que no podía continuar fingiendo que no pasaba nada, que no le hacía daño alguno sentirse sola y rechazada… Que no le importaba en absoluto que la tratasen como una cosa insignificante a la que poder manejar como una simple marioneta únicamente por alguna venganza del pasado. No podía esperar una sonrisa amable ni elogios cariñosos por parte de los demás. Y, ni mucho menos, podía siquiera pensar que ella era una pieza importante e indispensable para el futuro de la humanidad en un planeta lejano, ni tan siquiera estudiado por los científicos, ni tampoco descubierto por el hombre. Por que ese lugar… No podía ser visto por los humanos, insignificantes criaturas que habitan en el planeta llamado Tierra y que carecen de cualquier tipo de poder o sangre mágica. Simplemente son eso, humanos. -x-x-x-x-x-x- Unos pasos firmes recorrían el ancho e interminable pasillo rojo. Las paredes, pintadas de un suave color albino, acallaban ante la imponente y angustiosa presencia del dueño del castillo. Sus hermosos cabellos negros danzaban ante el viento que le rozaba, y esos ojos escarlatas mantenían su mirada fija en el horizonte, ante el enorme portón frente a él. Aunque parecía no tener fin, el joven llegó y las puertas se abrieron de par en par al situarse al frente. Al otro lado, un anciano mago y sacerdote observaba con detenimiento la enorme y perlada bola de cristal con el grabado de dos manos unidas. A un lado se podía leer: “S” y al otro “Y”. El anciano alzó su vista del objeto brillante y, bajo sus cansados y maduros ojos blancos, una sonrisa invadió su rostro. .- Mi señor… No temáis. Ella ya ha aparecido. Y, ante la noticia del sacerdote, el joven príncipe elevó el rostro para mostrar una bella sonrisa. .- Está bien, Bhad. Lléveme hasta ella. #. Planeta Tierra. Año 2010. Inicios del Invierno. Tokio, Japón: Rutina, rutina y simplemente rutina. No había ninguna razón para que continuase allí, simplemente rutina. El madrugar pronto, las clases, aguantar a tus estúpidos compañeros con sus estúpidas bromitas de mal gusto fuera de lugar, volver a casa, comer, hacer los deberes, cenar, dormir y vuelta a empezar. Todo era una rutina aburrida y sin ningún tipo de interés. Eso es lo que podrían pensar todos los adolescentes de mi edad, pero lo mío era mucho peor… Me llamo Sora Shiroi, tengo dieciséis años y vivo con mi tía Yuko. Mis padres murieron en un accidente de tráfico cuando yo tenía la corta edad de doce años. Soy hija única. Mis ojos son, como mi difunta madre decía, del color del cielo, por algo mi nombre, y mis cabellos son castaños. Supongo que podría decirse que no era muy común ver a una japonesa con ojos azules, pero sí, lo soy. Solía pensar que mis padres me engañaban y que era extranjera, pero las palabras de ellos eran sagradas y, por muchas burlas que dijesen de mí en clase, yo me mantenía firme a la creencia de que era completamente japonesa y que no tenía de qué avergonzarme. Por supuesto, era así hasta que mis padres murieron. Entonces me fui a vivir con mi tía, la hermana pequeña de mi madre. Ella había vivido siempre con el rencor de que mi madre era la hija predilecta de mis abuelos y siempre la obsequiaban con regalos y la trataban como la mejor. Por lo que la envidia de mi tía Yuko la comía por dentro y fue aguardando todo ese odio por ella hasta le fecha de su muerte, ya que precisamente entonces, se le fue obsequiada con cierto cargo femenino al que mantener y educar hasta la mayoría de edad. Osease, yo. Así dicho, mi tía fue pagando todo el odio que sentía por mi madre sobre mí, y ya que ella era de las que se les iba la mano con el alcohol, no tenía mucha voluntad sobre sí misma, aunque dudo que teniéndola se controlase conmigo. Siempre me había visto como la hija de una bastarda. Tan mal se sentía ella con mi madre que no dudó un instante en ponerme la mano encima a los pocos meses de comenzar a convivir con ella, por dictado de un juez. Y como yo no podía hacer uso de la herencia de mis padres por ser menor de edad, habían pasado a la mano de ella, quien no tardó ni medio año en gastarse todo en su vicio, el alcohol. Pero no me importaba, ahora ya no, había decidido lo que quería hacer en esta vida y lo cumpliría, costase lo que me costase, sin ninguna duda. -x-x-x-x-x-x- .- ¿Sora? ¡Sora, tengo los apuntes de Historia! ¡So…! –la joven de cabellos rizados color castaño oscuro y ojos marrones, suspiró profundamente y dejó de sostener las costinas de la enfermería. Ella no estaba en la cama. Ya se había marchado, otra vez. Se dio la vuelta y, cuando iba a salir, se vio atrapada por una potente y masculina figura. La del doctor Tahô. .- Doctor Tahô… No pensé que estaría aquí. –una leve sonrisa y un sonrojo en los pómulos de la joven se dejaron asomar tímidamente. .- Es agradable verla por aquí, Kawashima. –sonrió amablemente el doctor, con cabellos y pupilas negras como la noche.- ¿Buscaba a alguien? La joven agachó el rostro avergonzada y observó sus manos, con las cuales jugueteaba nerviosa. .- Oh –salió de su aturdimiento de pronto y le miró, pero tuvo que desviar la mirada inmediatamente, avergonzada al sentirle tan cerca.- Me temo que sí. –logró volver a posar su vista sobre él.- ¿Ha visto a Sora? El doctor puso los ojos en blanco, pensativo. .- Si, antes se pasó diciendo que no se encontraba demasiado bien, pero después dijo que iría a tomar un poco el aire a la terraza. –explicó detenidamente con voz suave y pausada. .- ¡¿A la terraza?! –abrió los ojos de par en par y ya se asomaron miles de imágenes que no le agradaban nada a la mente.- ¡Mierda, esta chica es tonta! –exclamó y echó a correr para salir de la enfermería.- ¡Adiós doctor y gracias por todo! –se despidió con la mano sonriente a la vez que él la veía marchar en silencio. -x-x-x-x-x-x-x- Está bien, ya todo terminará y no habrá pasado absolutamente nada… Sólo tenía que hacerlo rápidamente, sin pensárselo dos veces. No pasa nada… Puedes hacerlo. Asomó un poco la cabeza y, al ver toda la altura que había de distancia ente ella y el suelo, sintió un mareo, con una angustia en el estómago que la obligó a dar un par de pasos hacia atrás. .- No puedo… - susurró para sí misma y cerró los ojos con fuerza mientras apretaba los puños fuertemente, tragando saliva.- Si… Si que puedo. –cogió aire y lo soltó con lentitud. Enseguida abrió sus párpados y se fijó en el cielo azul. – Ojos azules… Como el cielo… -aguardó silencio unos instantes y, enseguida, continuó.- Qué estupidez, mamá. No me sirve de nada que yo te crea si ya no estás para apoyarme. –refunfuñó entre dientes, frunciendo el ceño inevitablemente. Volvió a encararse con la distancia frente a ella, volviendo a dar ese par de pasos que anteriormente había retrocedido. .- Se acabó… Estoy cansada de todo y esto va a terminar muy rápido.- pronunció somete y volvió a asomar su vista por el vacío. El edificio del instituto era lo suficientemente alto como para saltar. Eran siete pisos de altura, así que iba de sobras para lo que tenía en mente. Sólo tenía que dar un par de pasos más y todo habría terminado para siempre. Notó sus ojos ponerse acuosos repentinamente, pero enseguida se limpió con la menga de su uniforme y volvió a fruncir el ceño. No iba a llorar, nadie de este mundo merecía sus lágrimas. Nadie. Otro paso más. Notó bajo sus pies la nada, viéndolo cada vez más cercano, ese final tan esperado… Sólo tenía que dar un paso más, sólo uno y adiós a todo. .- Nunca debí haber nacido… -susurró- Todo sería mucho más sencillo. –pronunció firmemente- Pero eso se puede arreglar. – movió la pierna, dubitativa y, de pronto, otra figura apareció en el lugar. La puerta de la terraza se abrió de golpe. La joven de cabellos rizados entró en el sitio y la buscó con la mirada, hasta que dio con ella. Su rostro se quedó pálido, y no le importó haber venido corriendo y jadeante, no dudó ni un momento en gritar su nombre desesperada. .- ¡¡Sora, no lo hagas!! –chilló con todas sus fuerzas.- Sora giró el rostro y observó a su compañera de clase. Nanako Kawashima. Ella era la única “amiga” que tenía, si se podía llamar así, ya que era la que no se metía con ella y aunque la gente la dijese que no se acercara a ella, Nana siempre iba a su lado para acompañarla y ayudarla en todo lo posible. Y lo único que hacía era alejarla de su lado pese a todo. Cuando quiso darse cuenta ya era demasiado tarde para darse la vuelta y marchar, los ojos de su amiga presenciaron cómo caía lentamente por la terraza. Sora alzó una mano para alcanzarla y, soltando una pequeña lágrima, pronunció débilemente un: .- Lo siento… Y Nanako corrió para alcanzarla, gritando su nombre con desesperación. Pero Sora caía… y caía con una rapidez envidiable. Sentía sus cabellos castaños volar con el cielo y una fuerte brisa congelar sus lágrimas en las mejillas. Intentó cerrar los párpados para sopesar el golpe que vendría a continuación, pero ese golpe… No llegó nunca. Como si de un mismo milagro se tratara, una luz brillante apareció de la nada, en medio de esa gravedad que la hacía descender con fuerza hacia el suelo. Notó que la cegaba y no podía observar con claridad, pero antes su sorpresa, unas enormes y hermosas alas rojas se desplegaron a su lado. Tras esas alas se encontraba una figura masculina, con unos cabellos negros brillantes y unos ojos rojos como el fuego, que la penetraban directamente. El fino rostro de ese joven alado, con sus cabellos revoloteando con ayuda del viento, era tal imagen de los ángeles. Se acercó a ella y extendiendo sus brazos la invitó a aferrarse contra él. Le mostró su mano con una delicadeza exquisita, esperando que ella lo aceptara con seguridad. Sora se quedó impactada ante aquella hermosa y sorprendentemente imagen. Pero pensando que ya estaba muerta o de camino a ello y que ese joven tan sólo era un ángel mandado de los cielos para llevarla consigo a los cielos, aceptó su mano con firmeza y se abrazó con toda su fuerza al bien formado cuerpo del chico, el cual la tomaba entre sus brazos con suavidad. La joven cayó desmayada. Nanako, al asomarse por la terraza apoyándose contra la barandilla para observar a su amiga, fue obligaba a echarse hacia atrás y caer de culo contra el suelo al sentir una ráfaga potente que la obligó a retroceder. Alzó el rostro y observó, impresionada, cómo una figura ágil llevaba en brazos a su amiga y, no pudiendo ver más que un par de alas rojizas, desapareció en la nada. Y no se vio nada más. Tan sólo una pluma roja cayó al lado de ella, para que se afirmase que lo que ella había observado… Era completamente real. -x-x-x-x-x-x- Oh dios… Le dolía todo el cuerpo. ¿Enserio esto era el cielo? Porque no pensaba que llegaría a ser tan doloroso, la verdad. ¿No se supone que en el cielo se encontraba la paz y la felicidad eterna? Sin pecado y sin dolor… Pues ella creía tener dos costillas rotas, más que nada. Se removió inquieta notando unos pinchazos en el costado y un dolor impresionante en la cabeza. Joder, esto era horrible. Tardó unos instantes en pensar si abrir los ojos o no. ¿Le dolería también los párpados si lo hacía? Bueno, había que intentarlo. Logró, no supo cómo, abrir los ojos con lentitud e intentar obtener nuevamente su sentido de la visión. Sólo observaba una luz potente que la cegada. Arg… Qué horrible era esto. ¿El cielo era tan luminoso? Oh, pero qué preguntas más estúpidas. Estoy en el cielo, ¿qué otra cosa me esperaba? Tras unos instantes comenzó a observar con claridad. Se sentó esperando observar algún ángel o algo por el estilo que le explicara qué es lo que ocurría. Pero nada, no había nadie y… ¿Por qué el cielo tenía forma de habitación? Mostró una mueca, fijándose en sí misma. Aún llevaba el uniforme… Un poco arrugado y manchado. Giró sobre la cama en la que se encontraba. Oh, mierda, no había muerto. ¿Dónde cojones estaba? No se parecía a la enfermería ni a su cuarto… Trazó un análisis exhaustivo del lugar, las paredes pintadas de un suave color crema, con unos enormes ventanales que daban lugar a un paisaje con… ¿Cuatro lunas? Torció otra mueca más. ¿Qué cojones…? Siguió observando a su alrededor. La cama en la que estaba tenía sábanas de seda y flotaba sobre el aire. Oh, vale flipante, enserio. Cuando movió sus piernas para intentar bajar, rápidamente apareció una especie de lagartija azulada que se mostró frente a ella. Parpadeó una y otra vez intentando visualizar con nitidez. .- ¿Quién…? –pero no le dio tiempo a continuar, la lagartija se transformó en una especie de banqueta que flotaba. Oh bien, se había matado y estaba soñando algo muy raro. Se pellizcó el brazo, intentando despertarse, pero no se despertó. .- Estupendo, ahora los sueños son dolorosos, lo que me faltaba. –Observó la banqueta, esperando que hiciese algo, volviendo a ser esa lagatija, pero no hizo nada.- ¿Y ahora qué…? –la banqueta se movió hasta situarse bajo sus pies. Arqueó una ceja y comprendió que quería que subiera. Tras pensarlo un poco, aún dolorida, se subió en ella. De la banqueta salieron un par de correas que ataron sus pies a ella para que no se cayera. Comenzó a moverse a toda velocidad por el aire. Sora comenzó a chillar como una loca, desesperada por bajar de ese extraño animal-objeto con síndrome de personaje de X-men. Empezó a suplicar que parase, que haría lo que fuera, que no quería morir en su propio sueño. Recorrió los pasillos del lugar a tal velocidad que no le dio tiempo a observar nada a su alrededor ni de comprender dónde se encontraba. Se abrazó a sí misma, entre el trayecto, esperando que terminase pronto y se despertara de una vez. Cuando paró en seco, las correas desaparecieron, haciendo que cayese al suelo de golpe, estampándose de cara. Gruñó de dolor y observó cómo la lagartija se posaba a su lado nuevamente, subiéndole por el hombro hasta convertirse en una ardilla. .- ¿Qué cojones…? .- Se llama Ryoth. Será tu Gyeniaru. .- ¿Ryoth…? ¿Mi Gy… qué? –alzó el rostro buscando al poseedor de esa voz. Ante ella se posó un pingüino vestido con traje de corbata y un sombrero, además de un par de lentes pequeñas y adornadas de un color negro. Dio un traspiés, echándose hacia atrás, mientras la ardilla correteaba hasta lo alto de su cabeza. .- ¿Quién…? –Sora tragó saliva, realmente asustada por ese ser. Ese animal no podía haber hablado… Era una broma, ¿verdad? .- Los Gyeniarus son seres que adoptan distintas formas para acostumbrarse al entorno. Serán tus acompañantes hasta el momento en el que mueras. El tuyo se llama Ryoth y está destinado a ayudarte en todo lo posible. Se convertirá en lo que necesites. .- ¡Yo no necesito un Ryota… Rym…! ¡Lo que sea! .- Oh, sí que lo necesitarás. –el pingüino empezó a caminar lentamente, de una forma graciosa. Sora no pudo evitar soltar una risita.- ¿Te ríes de mi, señora? .- Ah no… Es que no acostumbro a ver pingüinos que… hablen y vistan así. .- No soy un animal de tu mundo, señora. Me llamo Ipin y soy el ayudante del señor Ryu. .- ¿De quién? .- ¿No conoces al señor Ryu…? –el tal Ipin frunció el ceño ofendido, alzando su ala para señalarla únicamente con su “único dedo” que no poseía, como se sabe.- ¡El señor Ryu es…! .- Soy yo. Otra presencia apareció en la sala. Y Sora no se percató del lugar hasta que buscó esa voz con la mirada. Se encontraba en una habitación muchísimo más grande que su propia casa donde vivía con su tía Yuko. Una gran alfombra roja recorría todo el lugar hasta llegar al final donde se figuraba una gran silla bañada en color escarlata, de bronce. Detrás, en la pared, había un dibujo tallado a mano de un dragón hermoso y bien grande. Al lado de la joven se puso un chico, de gran talle, con buena musculatura. Portaba unas ropas un tanto… extrañas. Unos pantalones demasiados pegados a su cuerpo, mientras una camisa de tirantes blanca hacían que se marcara más su porte. Una capa roja colgaba de su cuello, mientras una espada se encontraba atada al cinturón marrón que llevaba en las caderas. Alzó su mano, extendiéndola. .- Me llamo Kuron Ryu, y tú eres Sora Shiroi, la diosa de la luz. Etiquetas: Sora |
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